viernes, 6 de septiembre de 2013

ANTONIO MACHADO

- Es ella. Triste y severa.
Di, más bien, indiferente
como figura de cera.
- Es ella. Mira y no mira.
- Pon el oído en su pecho
y, luego, dile: respira.
- No alcanzo hasta el mirador.
-Hablale.
- Si tú quisieras.
- Más alto
- Darme esa flor.
¿No me respondes, bien mío?
¡Nada, nada! Cuajadita con el frío
se quedó en la madrugada.

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