viernes, 8 de mayo de 2009

MANUEL MACHADO

Y suena esa divina musiquilla
de La Giralda, que es toda Sevilla,
y es torera y graciosa y animada.
Y habla de la mujer enamorada
que nos espera. Y nombra
naranjos y azahares,
y la caña olorosa,
y una alegría rítmica en cantares,
y una tristeza vaga y lujuriosa.
Los látigos chasquean,
agitan la mulilla
en su carrera locas campanillas,
y mientras que se crean
las frentes sudorosas
y en el pecho golpean
los corazones, suena
la música torera y sevillana,
y, dejando en la arena
un surco negro y grana,
pasa arrastrando el toro.
Lleva en el fuerte cuerno
un hilillo de oro.
Después, como de un tajo,
la música, la luz y la algazara
cesan en un momento
contra compás. De un golpe el movimiento
se desvanece y para.
El gran suspiro que es la tarde crece
como de un pecho inmenso. Palidece
el sol. Y, terminada
la fiesta de oro y rojo, a la mirada
queda sólo, un eco
de amarillo seco
y sangre cuajada.

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